sábado, 22 de agosto de 2015

Entre Columnas

Lento pero viene.
Martín Quitano Martínez



Lento pero Viene.
…lento pero viene
el futuro se acerca
despacio   pero viene

ya se va acercando
nunca tiene prisa
viene con proyectos y bolsas de semillas
con ángeles maltrechos y fieles golondrinas

despacio   pero viene
sin hacer mucho ruido
cuidando sobre todo los sueños prohibidos

los recuerdos yacentes y los recién nacidos
lento pero viene
el futuro se acerca
despacio   pero viene

Mario Benedetti

Como el cuento de Valadés, en México la muerte tiene permiso frente a los escalofriantes datos de violencia que se nos presentan; nuestro país vive en la zozobra y el dolor, camina tambaleante y sin rumbo, preso del horror de visiones y hechos que obligan a cuestionarnos la existencia o la eficiencia de las autoridades legalmente constituidas, a preguntarnos si saben lo que significa el bien común o el interés público, si consideran prioritario nuestro bienestar o solamente el suyo.

Y es que la mayoría de los ejercicios públicos se caracterizan por la irresponsabilidad de sus actores, el contubernio con los malos usos, la incapacidad y la cara dura de la soberbia y el autoritarismo, y lo peor, sin capacidad de autocrítica para mejorar o reorientar el rumbo. La autocomplacencia bajo la que se conducen es perniciosa, pues las clases políticas se compran sus mentiras y se regodean en sus banalidades mientras carcomen a la nación y la exprimen.

La apuesta de las élites es sencilla: los mecanismos de control de daños siempre han sido eficaces contra las alternativas políticas y sociales que puedan darse. La maniobra, el amedrentamiento, la compra o la coerción son aún antídotos para controlar a los que reivindican su derecho a ser libres, a protestar e insistir en señalar anomalías, corruptelas, expoliaciones. La apuesta es sencilla y aún hay pueblo que la aguante, eso dicen.

Sin embargo razones para exigir un cambio aumentan día a día; la pobreza camina de la mano de la falta de empleo y de oportunidades, pervirtiendo el funcionamiento de nuestra alicaída democracia, mecanismo político cuestionado que, pese a todo, tiene que ser rescatada y saneada para que no solo sea el espacio de la construcción de poder sino mejor aún, se reconozca como el espacio donde la sociedad pide cuentas, sanciona comportamientos y reconoce buenos quehaceres.
Nuestra democracia no puede seguir siendo la arena donde el cinismo compite, no puede ser el espacio donde se reproducen los peores vicios, donde se envilece nuestra sociedad. Urge cambiarlo, pronto en Veracruz estaremos nuevamente en elecciones, con la oportunidad de pasar la factura a los pésimos comportamientos, a los malos manejos, a reclamar sobre el empobrecimiento de nuestra realidad, y sobre los temores y horrores de una inseguridad que toca nuestras puertas.

El atraso en el que vive Veracruz, que ha postrado a millones y detenido su crecimiento y desarrollo no pueden continuar, se requieren salidas y nuevas rutas que recorrer, pero todo parece indicar que no las encontraremos en aquellos que han desdeñado la legalidad y solapado las impunidades, no están en aquellos que se solazan en la corrupción, donde estén, en cualquier frente de la vida pública o de ejercicios de gobierno. Esos personajes deben salir, pues la continuidad de las prácticas del pinche poder tienen que estar en el basurero de la historia; aspirar a ello tal vez parezca utopía y tal vez lo sea, pero andando, con paso lento pero viene la oportunidad de cambiar. Tal vez siempre ha estado allí, pero ahora es un buen momento para abrazarla.

La solución de los problemas no puede esperar, es demasiado el daño, son imprevisibles las consecuencias de no mudar de aires, de no cambiar  los vientos fétidos. No es fácil pero tampoco imposible, siempre habrá oportunidad si hacemos lo que nos toca por mejorar lo que socialmente exigen las circunstancias, tenemos que hacer de la esperanza hechos y no consuelo


DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La deuda de Veracruz preocupa mucho más porque no sabemos en qué se usó el dinero o en donde quedó. ¿O no?  

    

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