martes, 23 de junio de 2015


Entre Columnas



En Veracruz todo se puede.
Martín Quitano Martínez.

La impunidad premia al delito,
 induce a su repetición y le hace propaganda:
estimula al delincuente y contagia su ejemplo.

Eduardo Galeano

La desconfianza es un continuo ejercicio de la falta de esperanza, de la falta de credibilidad ante sucesos repetidos de mentiras y tomaduras de pelo, derivadas de la realidad mexicana respecto de sus instituciones, de gobernantes que orgullosos insisten en justificar el entredicho y los rumores construidos sobre hechos que superan la legalidad y el marco regulatorio.


La opacidad y la discrecionalidad del comportamiento de un altísimo número de personajes de la vida institucional pública y privada en nuestro país, ha construido con bases muy sólidas la desconfianza mayor y la sospecha permanente sobre el manejo de los recursos públicos; en estos momentos aciagos es imposible discutir en contra de la idea de que los niveles de corrupción han socavado las posibilidades del desarrollo nacional.

Lo más difícil de aceptar es que al parecer, la arraigada complacencia de nuestra sociedad respecto de la galopante corrupción es precisamente el nicho donde se recrea y se reproduce el quehacer de muchos que, llenando las alforjas consuman sus visiones de vida sin escrúpulos que los contengan, atracando y violentando los erarios que respaldan el ejercicio público que tienen encomendado. Para tal efecto ajustan cuentas y cuadran libros, pues cubiertos en el manto de la arbitrariedad superan escollos, investigaciones y denuncias, seguros y blindados caminan sonrientes recitando el aquí no pasa nada.

Lejos están quedando los últimos escándalos nacionales: las casas blancas, la línea 12, la estela de luz; lejos también los escándalos en Veracruz  en salud y educación, en los mil puentes, en la  infraestructura mal realizada y no ejecutada.
Las más recientes investigaciones de la Auditoría Superior de la Federación arrojaron observaciones por miles de millones de pesos que de repente fueron satisfactoriamente solventadas, lo que se interpreta como que “no eran más que infundios de tiempos electorales”, tiempos pasados donde se pierden los malos manejos de los recovecos del poder y las negociaciones que garantizaron la impunidad de los malos servidores públicos. Una afrenta más de cara a las condiciones de una sociedad mayoritariamente postrada con más de 4 millones de pobres, donde la desmemoria legal y social se convierte en un lastre de nuestro momento.

La desconfianza es esa nata que cubre el fangoso piso de la corrupción y la ausencia de un estado de derecho. No hay marco jurídico que verdaderamente se aplique, que nos abrigue y proteja, que nos dé certeza. En tal circunstancia que se ha vuelto “normal” para muchos mexicanos, vivimos nuestra existencia social muchas veces cómplice frente a las impudicias, esa complicidad de la inamovilidad para insistir en la denuncia y el señalamiento, en la complicidad que se disfraza de apatía y valemadrismo, de gritos sin propuesta, de no empujar la construcción de alternativas.

En Veracruz todo se puede, todo parece estar permitido, sin embargo y contra ello debe quedar claro que la corrupción es un problema de tal magnitud que desvanece las posibilidades del desarrollo: La corrupción es una conducta que debe ser analizada y combatida con mucho más ímpetu que una variable de origen cultural o moral; la corrupción debe ser combatida hoy más que nunca, como el cáncer que mata nuestro futuro, que nos impide progresar y ser mejores.

La honestidad, el apego a la legalidad debe ser la piedra angular en los quehaceres públicos y sociales para garantizar la transparencia y la rendición de cuentas, desterrando los actos que contaminen, evitado cualquier tipo de impunidad al castigar todos los ilícitos que se cometan, desmontando las vías del solapamiento y la arbitrariedad si es que queremos revertir las condiciones que hoy prevalecen.

     
 DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
 La estupidez eclesiástica: ¡esa sí que es una plaga!.


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