Entre Columnas
En Veracruz todo se puede.
Martín Quitano Martínez.
La impunidad premia al
delito,
induce a su repetición y le hace propaganda:
estimula al delincuente y
contagia su ejemplo.
Eduardo Galeano
La
desconfianza es un continuo ejercicio de la falta de esperanza, de la falta de
credibilidad ante sucesos repetidos de mentiras y tomaduras de pelo, derivadas
de la realidad mexicana respecto de sus instituciones, de gobernantes que
orgullosos insisten en justificar el entredicho y los rumores construidos sobre
hechos que superan la legalidad y el marco regulatorio.
La
opacidad y la discrecionalidad del comportamiento de un altísimo número de personajes
de la vida institucional pública y privada en nuestro país, ha construido con
bases muy sólidas la desconfianza mayor y la sospecha permanente sobre el manejo
de los recursos públicos; en estos momentos aciagos es imposible discutir en
contra de la idea de que los niveles de corrupción han socavado las
posibilidades del desarrollo nacional.
Lo
más difícil de aceptar es que al parecer, la arraigada complacencia de nuestra
sociedad respecto de la galopante corrupción es precisamente el nicho donde se recrea
y se reproduce el quehacer de muchos que, llenando las alforjas consuman sus
visiones de vida sin escrúpulos que los contengan, atracando y violentando los
erarios que respaldan el ejercicio público que tienen encomendado. Para tal
efecto ajustan cuentas y cuadran libros, pues cubiertos en el manto de la arbitrariedad
superan escollos, investigaciones y denuncias, seguros y blindados caminan
sonrientes recitando el aquí no pasa nada.
Lejos
están quedando los últimos escándalos nacionales: las casas blancas, la línea
12, la estela de luz; lejos también los escándalos en Veracruz en salud y educación, en los mil puentes, en
la infraestructura mal realizada y no
ejecutada.
Las
más recientes investigaciones de la Auditoría Superior de la Federación arrojaron
observaciones por miles de millones de pesos que de repente fueron
satisfactoriamente solventadas, lo que se interpreta como que “no eran más que
infundios de tiempos electorales”, tiempos pasados donde se pierden los malos
manejos de los recovecos del poder y las negociaciones que garantizaron la
impunidad de los malos servidores públicos. Una afrenta más de cara a las
condiciones de una sociedad mayoritariamente postrada con más de 4 millones de
pobres, donde la desmemoria legal y social se convierte en un lastre de nuestro
momento.
La
desconfianza es esa nata que cubre el fangoso piso de la corrupción y la ausencia
de un estado de derecho. No hay marco jurídico que verdaderamente se aplique,
que nos abrigue y proteja, que nos dé certeza. En tal circunstancia que se ha
vuelto “normal” para muchos mexicanos, vivimos nuestra existencia social muchas
veces cómplice frente a las impudicias, esa complicidad de la inamovilidad para
insistir en la denuncia y el señalamiento, en la complicidad que se disfraza de
apatía y valemadrismo, de gritos sin propuesta, de no empujar la construcción
de alternativas.
En
Veracruz todo se puede, todo parece estar permitido, sin embargo y contra ello
debe quedar claro que la corrupción es un problema de tal magnitud que
desvanece las posibilidades del desarrollo: La corrupción es una conducta que
debe ser analizada y combatida con mucho más ímpetu que una variable de origen
cultural o moral; la corrupción debe ser combatida hoy más que nunca, como el
cáncer que mata nuestro futuro, que nos impide progresar y ser mejores.
La
honestidad, el apego a la legalidad debe ser la piedra angular en los
quehaceres públicos y sociales para garantizar la transparencia y la rendición
de cuentas, desterrando los actos que contaminen, evitado cualquier tipo de
impunidad al castigar todos los ilícitos que se cometan, desmontando las vías
del solapamiento y la arbitrariedad si es que queremos revertir las condiciones
que hoy prevalecen.
DE LA BITÁCORA DE LA
TÍA QUETA
La
estupidez eclesiástica: ¡esa sí que es una plaga!.
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